Con solo diecinueve años la vida se empeñó en mostrarle el peor dolor que trae consigo la partida de los seres que más amas. Para él vivir es estar presente sin realmente estarlo. No hay alegría en su sonrisa, ni tristeza en sus ojos. Solo vacío. Se encerró en sí, cerrando el paso a todo y todos. Aquella luz que iluminaba sus ojos de un celeste claro tan parecido a un cielo despejado se vieron opacados por el frío del invierno que lo rodeaba, convirtiéndolo en un gris como un cielo nublado.