Cuando ella lo miraba, él podía sentir su corazón arder. Ella veía dentro de él como nadie lo había hecho jamás porque así se lo permitía, sólo a ella. Lei era todo lo que Dimitri deseaba y lo único que no podía tener. Ella le estaba prohibida y eso hacía que la deseara cada día más. Ella era la droga más pura y él, el peor de los drogadictos. Estaban destinados a sufrir pero nada le importaba, no a él, que siempre había conseguido lo que quería en la vida.
Él debía tenerla, no quería amarla, no quería que lo amara, él quería ser su dueño.