La chica lloraba mientras miraba desesperada a Yu Kwon. Él le sonrió y se acercó a ella, le desató el pañuelo manchado de sangre que tenía ella cubriéndole la boca, y miró feliz a la chica. -¡Por favor! -suplicaba la joven de pelo corto y negro mientras movía desesperada los brazos intentando que, con la suficiente fuerza, la barra de metal que la sostenía pudiera romperse. Yu Kwon la miraba divertido-. ¡No se lo contaré a nadie, lo juro por Dios, pero por favor, suéltame! -las lágrimas recorrían las mejillas de la muchacha. -¿Jurar por Dios? -ella asintió. Yu Kwon se acercó a la oreja de la chica y sonrió-. No puedes jurar por alguien que no existe, preciosa. Piénsalo, si él existiera, ¿estarías tú a punto de morir para satisfacer mis necesidades? Él, con el pulgar de la mano derecha, acarició la yugular de la chica. -¡Eres un hijo de puta! ¡Ojalá alguien te destroce, Yu Kwon! -él soltó una carcajada y fue a la mesa que tenía a poco más de metro y medio de él. Cogió la copa y el pequeño pero bien afilado cuchillo que había a su lado. -¡Maravilloso! -exclamó él-. Cuando encuentres a esa persona, dile dónde estoy -le dedicó una última sonrisa y, poniendo la copa al lado de la yugular de ella, clavó el cuchillo. Ella gritaba mientras se desangraba, pero Yu Kwon tenía la capacidad de oír únicamente, cuando se concentraba, la sangre caer en su copa.