Prisionera

Rebeca Watson siempre soñó con la noche en la que dejaría de ser virgen. Debía ser una ocasión memorable: una cama cubierta de rosas rojas y velas iluminando tenuemente la habitación. El hombre de sus sueños con dos copas de vino tinto se acercaría a ella con una sonrisa llena de amor. Y luego... ¡Luego todo menos esto!

Si bien su novio, Mauricio, no era el príncipe encantado, nunca imagino que fuese tan cretino: Compartirla en su primera vez era demasiado. Y para colmo el muy imbécil le dijo que si no quería hacerlo a su modo, él buscaría alguien que sí quisiera.

Sin esperarlo aquella noche cambiaría su destino, había tomado una decisión y no pensaba dar marcha atrás: esa noche, ella dejaría de ser virgen. Solo necesitaba un poco de ayuda y aquel desconocido de aura oscura y hermosos ojos púrpuras era el elegido. Si él no aceptaba, entonces buscaría a cualquier otro. Pero de algo estaba segura no trataría de entregarse por amor nunca más. Aquello solo conseguía que derramase lágrimas.