Sus gritos me ensordecían, sabía el dolor que sentía. Yo misma lo había sentido. Ella seguía tirada a lado del cadáver llorando desconsoladamente esperando que su padre volviera a la vida. Pero ya era tarde. El mismo cuchillo que llevaba en mi mano había causado el final definitivo de él. La hoja de mi arma había desgarrado su cuello dejando a clara vista la abertura causada. La sangre se desparramaba por todas partes, el olor entraba por mis fosas nasales de forma potente. El cuchillo resbaló de mi mano ensangrentada y el ruido provocado había distraído de su llanto a la niña. Su mirada llena de miedo y terror que yo misma había sembrado hace un par de minutos atrás. Su cuerpo temblando confirmaba la inseguridad en ella. Di un par de pasos acercándome a su pequeño cuerpo aún arrodillado a lado de su padre. Aquella inocente fijada en mi pedía clemencia y ya se podía ver cómo poco a poco se asomaba en cámara lenta la que sería su última lágrima. No lo dudé dos veces y en un movimiento rápido saqué el revólver que permanecía en la parte trasera de mi pantalón y el disparó fue a parar directamente entre sus cejas. Su cuerpo se derrumbó con tal delicadeza y sencillez que por un momento parecía una obra de teatro, un hermoso espectáculo para mis ojos asesinos. Me agaché sigilosamente para así dejar el arma homicida en manos de aquel hombre. Y ahí estaban los dos cuerpos yaciendo uno a lado del otro, postrándose a mis pies. Inocentes que acabaron de la peor forma sin motivo alguno, por mi culpa. Esto es lo que hacía, matar. Era lo que me gustaba hacer, lo que me gusta hacer. Ver la sangre derramarse, ente inocente sufriendo y ver el mismo dolor que algo tan insignificante como yo podía causar a una persona. El daño en mi no tenía ningún remedio ni cura. Soy así, es mi forma de ser. Ansias y deseo de la muerte abundan en todo mi interior. Todos terminamos así. Ya estoy muerta y lo último que me queda para volver a estar vivaAll Rights Reserved