-¡Ay, mira, le gusta comer libros! - dije con una emoción exagerada mientras estampaba uno en la boca de plástico del bebé. Los ojos de Carla se posaron en mi cuaderno. Sonrió con malicia y alargó la mano para cogerlo. Desgraciadamente lo agarró antes que yo y la miré con odio mientras se oía por toda la casa el estruendo de mi diario al chocar contra la pared. Carla me sonrió triunfante, orgullosa de haberme hecho enfadar. Se giró para dedicarse a su odioso bebé de juguete e hizo como si yo no existiera. -Como veo que tienes la memoria de un pez, -le increpé, irritada- te lo voy a recordar; has sido tú quien me ha tirado todos los libros al suelo, así que: ''La ley de la botella, el que la tira va a por ella.'' -''La ley del vaso, el que la tira no hace caso.'' Consideré la opción de hacer que se tragase su bebé.
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