Un día, los cerdos comenzaron a volar. No había quien los parase. La gente miraba hacia el cielo con gesto consternado, ya que estos animales, tras aguantar siglos y milenios de burla, por fin podían ser ellos los que riesen desde arriba. Y en las ciudades se les llegó a temer más que a las palomas. Los medios de comunicación se volvieron locos, aunque no tanto como los científicos, y hubo artistas y personas de mente muy abierta que hicieron comentarios muy agudos sobre el tema. Pero había una cosa clara: el mundo ya no era el mismo. Y a alguien había que echarle la culpa.
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