Hace poco leí sobre el amor, los recuerdos y el dolor. Todo junto en un párrafo. Y yo no tenía idea de que los tres se llevaran de la mano. Yo sentía que si era amor de verdad no debería doler, y siempre tendrías los mejores recuerdos.
Pero lo que leí fue como una bofetada con un trozo de hielo, asentándose en mi el reconocimiento de aquellas palabras, dándole sentido a muchas cosas.
Me dolían los recuerdos, y lo hacían porque dentro de mí sabía que no podría tenerlos de regreso nunca más. Muchas, o mas bien incontables veces lloramos y hasta oramos hasta quedarnos dormidos, pidiéndole a la cabeza y a Dios hacernos olvidar.
Porque el olvido no duele. Y nos sentimos realmente masoquistas porque los recuerdos de todas esas cosas vienen hacia nosotros sin razón alguna. Pero el amor, los recuerdos y el dolor nos hace humanos.
Y Yo siendo una masoquista no quería olvidar, por el simple hecho que, olvidándolo sería como olvidar una parte de mí. Olvidarlo a él seria olvidarme de todas las cosas que sentí. Como todas esas veces que me hizo reír como una retrasada, o, aquellas en las que me hizo llorar como protagonista de telenovela mexicana. O aquellas veces en las que me abrazó muy fuerte, haciendo la canción de Juan Gabriel tan pequeña.
Olvidarlo a él era olvidarme a mí, y yo no quería olvidarme. Así que llegué a la conclusión de que nunca olvidas. Sólo sigues adelante con tus recuerdos, esperando que ellos no definan el resto de tu vida. Porque los recuerdos son historias, y ¿a quién no le gusta una buena historia?
Esta historia me pertenece.
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