Sólidas. Frías. Inhóspitas. Así es como se me antojan las paredes de la carcel en la que cumplo condena. Los minutos se alargan y se confunden entres sollozos en la oscuridad, entre susurros que desean la cálida luz del sol, entre crujidos que son sinónimos del fin de la vida de otro hombre desesperado. Sin embargo, no importa. Sé que estoy aquí por un motivo. Me tumbo en mi sucio catre y empiezo a recordar, mientras un grupo de moscas me recuerda que mis horas están contadas.
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