Gertrudis se sentía vacía. Sola. Demacrada. Los años se habían deslizado a su lado como una apisonadora silenciosa, aplastando sus sueños y metas. Su vida era polvo de estrellas, tal y como ella sería en menos de una década, pues no conseguiría llegar a los noventa según ella estimaba. Pero un día, tras entrar al bingo y sentarse en su mesa habitual, algo cambió. Alguien apareció. Y nada más volvió a ser igual.