Nadie dudó del suicidio de Nina. Era una muchacha poco agraciada, con malas calificaciones, tanto que dejó la escuela y se abocó a un horrible trabajo, sin amigos, novio o carisma alguno, incluso su familia la odiaba. No, nadie dudó de que Nina había cometido suicidio, todos fueron engañados, incluso el mismísimo demonio que apareció el día de su funeral para llevarse su alma por tan terrible pecado. - Dame una oportunidad demonio- rogaba la muchacha con cristalinas lágrimas en sus mejillas, como si estas fueran testigos de su honestidad- te daré lo que quieras si a cambio me dejas demostrarte que no me suicidé. El dominio, enfundado en su impecable traje negro prendió su cigarrillo y se agachó para ver mejor a la insulsa muchacha con sus ojos color azul. - ¿Qué me puedes dar? Si tu alma ya me pertenece - jalo las cadenas que ataban las extremidades de la menuda muchacha, haciendo que esta se acercara unos centímetros y el humo del cigarrillo la rodeara. Pero pareció cambiar de opinión y sonrió mientras exclama otra bocanada de ese intenso humo negro - hagamos un trato pequeña niña. Si demuestras tu inocencia te liberaré, pero si no, me darás tu corazón.