- No puedo - admití con un leve susurro-. No quiero hacerlo -me corregí, mi voz volvía a ser firme y agradecí que no se me quebrara la voz. - Pero debes hacerlo. Ha llegado el momento de elegir -dijo abrazándome por detrás, como si nada hubiera pasado. Como si él no me hubiera exigido a gritos preguntas que no puedo darle y cómo si no hubiera hecho ese gesto tan bonito de secar mis lágrimas. Aún así, tenía razón. Tenía que elegir bando. Pero no podía, los recuerdos me impedian: Alan sonriéndome en las mañanas, Ellen enseñándome a cocinar, John obligándome a hacer flexiones. Debía elegir a quien quería perder. ¿La luz o la oscuridad? ¿El bando correcto o el que manda mi corazón? Alcé la cabeza y miré los ojos que estaba aprendiendo a amar. - Recuerdame quién quería ser. Él sonrió y me dio un dulce beso en la frente. - Querías ser tu misma. Eso fue lo único que necesitó para convencerme, todo me parecía posible a su lado. Que equivocada estaba.
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