40 Parte Ongoing El romance, ese arte intangible que todos creemos entender,
que vendemos como un sueño entre las manos, un suspiro que debe ser eterno, pero que a menudo se deshace en minutos.
Para la sociedad, el amor se convierte en una promesa con fecha de caducidad,
un contrato no firmado que se incumple tan a menudo como el mismo aire que respiramos.
Nos dicen que amar es vivir, pero a veces amar es un acto de locura,
un salto al vacío sin paracaídas, una apuesta ciega al destino que, casi siempre, nos deja esperando en la orilla.
Porque todos queremos lo que no se puede, y en la penumbra de nuestras noches solitarias la mente juega con deseos que jamás podremos tocar.
Nos enamoramos de lo irreal, de lo que se escapa entre los dedos,
de aquello que nunca fue nuestro, pero que siempre nos pertenece en un rincón secreto del corazón.
Y me pregunto: ¿qué tan hermoso puede ser arriesgarse y que todo salga bien? ¿No es acaso un milagro en este mundo de desencuentros?
Nos dicen que el amor es solo para los valientes,pero ¿quién puede ser valiente cuando se sabe que la puerta está cerrada antes de siquiera intentar abrirla? A veces, el mayor acto de valentía es simplemente seguir mirando a los ojos de quien nunca nos verá.
Es curioso cómo el amor puede ser una tragedia,
un poema triste que nos consume, como si no fuera suficiente su desgracia. El amor no correspondido tiene el sabor amargo de lo no vivido, de lo que se quedó en la promesa de un beso nunca dado,
en la posibilidad de una historia que solo existió en nuestra mente.
Y es que, en la belleza del amor no correspondido, hay una extraña libertad, una liberación de los límites del tiempo y del espacio,
donde nuestra alma puede volar sin ataduras y caer sin miedo a lastimarse, porque ya sabe que el impacto no será real,
sólo un eco del deseo.
Porque, al final, el amor no correspondido es una forma de amar.