Su mente estaba en blanco, tanto o más que las paredes que lo apricionaban en aquel pequeño y humilde cuarto de hospital. ¿Qué estaba haciendo allí? No podía recordar nada, excepto su nombre y apellido: Mitchell Grassi. (...) Miles de cosas pasaban por su cabeza, más de las que podría tolerar. ¿Qué haría ahora? El mal ya estaba hecho y él no había podido evitarlo. Comenzar una nueva vida no es nada fácil y menos cuando los caminos están entrecruzados...