Entró en mi vida un viernes en la mañana, repentinamente, soltando palabras a borbotones. Creía que debíamos caminar juntos, que el camino era muy largo para no ir acompañados, que todavía estaba un poco obscuro, que estar acompañada le sería útil porque no parecía muy intimidante. Me dio estas y muchas razones en menos de un minuto con una gran sonrisa y sin respirar, como diciendo "sé que mi petición no es normal pero también sé que no vas a decirme que no". Y seguramente lo sabía, seguro no hay mucha gente que le haya dicho que no.
Lucia adorable esa mañana, con un gran suéter rosa y la cara sonrosada.
Yo no era precisamente tímido, solo no me gustaba hablar, así que la mire a los ojos y acepte acompañarla. Y fue así como empezó nuestra amistad, no había otra opción, no había forma de que fuéramos solo compañeros de caminata, no con todas las palabras que ella soltaba cada mañana, no con su alegría de por medio, no con tantas carcajadas. No tenía forma de no sentirme cercano a ella y ella desconocía cómo no actuar como si no fuera cercana a todo el mundo. Así que la acepte esa mañana, pensando que me había conseguido un perrito de compañía y el que terminó siguiéndola como perro fui yo.