Tenía todo lo que cualquier hombre de mi edad quisiera tener. Dinero, mujeres y libertad. Tenía una casa en la cuál se seguían mis reglas, cada una de mis palabras se seguían al pie de la letra. Tenía el poderío para mover media ciudad con una sola orden si lo deseaba. Habían personas que me seguían fielmente pero también había quienes me odiaban a muerte. Mi ego era grande y lo sabía, yo mismo me catalogaba como un hijo de puta inhumano, de corazón frío y sentimientos nulos, amante de hacer sufrir a las personas y de follar con quien se dejara. Muchos me catalogaban como un puto psicópata y yo simplemente lo aceptaba, porque lo era. Odio y coraje corrían por mis venas, todo a mi alrededor me estresaba con gran facilidad y lo único que me relajaba era el escuchar crujir algún hueso, oír gritos suplicantes, ver sangre botando por doquier, y con el tiempo, él se volvió la única cosa en la puta faz de la tierra en poder tranquilizarme...