La puerta de entrada quedó abierta cuando mis atacantes se marcharon, tras robarme hasta el último centavo, asesinar a mi hermano y dejarme al borde de la muerte. Mi casa permanencia sumida en la oscuridad, iluminando mi cuerpo moribundo la luz de la luna, como si de alguna forma intentara reconfortarme. El suelo estaba helado y el viento seguía soplando, gélido hasta congelarme los huesos. Mis ojos no se despegaban de la puerta. Quería gritar, pero la mordaza seguía aprisionando mis labios. Ahora mis brazos estaban libres, pero las profundas cortadas en mis muñecas me impedían moverlas. Se aseguraron de que sufriera hasta el último momento, haciendo mi muerte tan dolorosa y lenta como fuera posible. Podía saborear mi propia sangre atascada en la garganta y mis lagrimas congelarse sobre mis mejillas. Elevé mi mirada por última vez, observando la luna llena, abandonando la poca esperanza que me quedaba, deseando ponerle fin a todo de una vez por todas. Parpadeé un par de veces, hasta que una figura bloqueó mi visión de la luna. Era incapaz de mantenerme despierta por más tiempo y sin importarme que más pudiera hacerme ese desconocido, cerré los ojos, jurando que buscaría venganza en la siguiente vida. • Historia corta, ganadora del 1er lugar en el concurso diamante en categoría paranormal • Prohibida su copia, adaptación o fanfic.