Y es que éramos nuestra salvación y al mismo tiempo la perdición más desastrosa. Yo cargaba el cañón. Ella me disparaba. Amor y destrucción nunca tuvieron una línea tan fina que los separara. Pero así era aquello a lo que no supimos poner nombre, un caos dulce como oasis al mundo enfermo, el ojo del huracán. Mi huracán: Katrina.