No podía hacer nada sin convertirlo en un ritual. Los rituales invadían cada aspecto de mi vida. Quedaba realmente atrapado contando cosas. Me lavaba las manos tres veces en lugar de una porque tres era un número de buena suerte y uno no lo era. Me tomaba más tiempo leer porque contaba los renglones de los párrafos. Cuando hacía algo lo volvía a desarmar porque no lo veía armonioso. Sentía que le faltaban detalles y esas voces me atormentaban. Vestirme por la mañana era difícil, porque tenía una rutina, y si no la seguía, me ponía ansioso y tenía que vestirme nuevamente. Eso era completamente irracional, pero los pensamientos provocaban más ansiedad y más comportamiento absurdo. Debido al tiempo que pasaba haciendo estos rituales, no podía hacer muchas cosas que eran importantes para mí. Sabía que los rituales no tenían sentido, y me sentía profundamente avergonzado de ellos, pero parecía que no podía superarlos hasta que busqué ayuda.