Clem apenas puede pararse de su cama. Ha estado cosida a ella, la lleva como estampa de un descanso que aún busca y que cree encontrar ahí, entre las sábanas. Días seguidos a su muerte, o a su segunda muerte, sus padres la enterraron sobre su cama. Las sábanas goteaban aún su malestar y se quejaban a través del canto más parecido al auxilio: perdón. Perdón. El que nadie supo darle. Su piel no se descompone como las demás, se ahueca en una minúscula espera que hoy, los que la amamos, llenamos con algodones de colores que cambiaremos las veces que sea necesario, las veces que Clem decida empaparlos de espantos.All Rights Reserved
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