El mundo no se estaba quieto, temblaba; temblaba como una frágil hoja a merced del despiadado viento. Una mancha roja se deslizaba como ameba a un lado de mi cabeza, manchando de carmesí la nieve sobre la que descansaba. Toqué el líquido con un dedo pálido, y pude darme cuenta de que era sangre, mi sangre; era yo la que temblaba como una hoja a merced del viento; era yo la que empezaba a perder de vista la luz del mundo; el crepúsculo se cernía sobre mí, y los brillantes y bellos colores de éste no le eran visibles a mi ojos. Solo podía distinguir una oscuridad, profunda y creciente, que se apoderaba lentamente de mi ser. Henry, he hecho todo lo que he podido... Mi propia voz dentro de mi cabeza sonaba como un susurro, un frágil hilo a punto de soltarse Te... quiero... Cerré los ojos, dándole a la oscuridad el placer de vencerme.