Nevaba casi de manera trágica a las puertas del psiquiátrico. El paciente N°7, de ojos buenos y de mirada perdida, solo tomaba su medicación si era Paula quien lo asistía, lo mismo sucedía con el paciente N°14, recién ingresado y de largos periodos de pérdida de identidad. Eran las 6 y el séptimo paciente esperaba esos ojos dulces que mecían su alma acompañado de sus píldoras, que apagaban las voces ensordecedoras de su cabeza y su corazón. Pero esta mañana los susurros no cesaron. A metros de su habitación el otro paciente en soledad no recordaba donde estaba ni tampoco su nombre pero un pensamiento fijo desbordaba su equilibrio -Paula no vendrá. Esa misma noche los actos de rebeldías y los llantos se unían en un solo eco por los pasillos. El mismo nombre se desprendía de los labios balbuceantes, un solo nombre mantenía vivas las mentes de dos pacientes, que sin conocerse sin siquiera haber cruzado miradas, se habían encontrado en la misma mujer. A la mañana siguiente Paula regresó con sus medicaciones y su empática voluntad. Regresó con el bálsamo que reflejaba su mirada, regresó... aunque nunca hubiera existido.