Oscar estaba sentado sobre su cama, las sirenas perturbaban la oscuridad de la noche avisando a los vecinos que algo había ocurrido, algunas caras se asomaban por las ventanas pero sin poder divisar nada debido a la penumbra que cubría a la noche con su oscuro manto. Oscar escucho varios coches aparcarse en el jardín de su casa y luego hubo un silencio sepulcral, roto por una voz estruendosa y conocida que decía:
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