Yo no creía en los fantasmas, y por eso decidí comprar y mudarme a un terreno al que llamaron "Neverland", el cual tenía más de cincuenta años deshabitado, estaba en oferta, y lo aproveché porque se me hizo un mejor comienzo para tener un hogar. "Un fantasma habita esta casa", me dijo de forma fría un hombre de cabellos rizados y tez blanca, por lo blanco que era parecía estar muerto. "¡Está exagerando!", le dije desinteresada. Pero, vaya que sí resultó ser cierto.