PRÓLOGO.
La luz de luna se colaba por las cortinas opacas, negras azabache como la noche misma, el manto de oscuridad cubría la ciudad creando consigo la inseguridad y el miedo, los monstruos salían a relucir acompañados del dulce viento que arrastraba cualquier grito desesperado. Las luces de las farolas ya no eran suficientes pues la maldad recorría las calles y nosotros no podíamos verlo a simple vista, era algo más profundo que el mar mismo pero que se escondía en cuerpos conocidos, la maldad venia reencarnada en cuerpo y alma, caminaba detrás de nosotros en las mañanas o incluso vivía a nuestro lado, en mi caso era alguien que creía conocer, de hecho creía saber todo de él, ese es el engaño, mi padre que había sido absorbido en los mantos de la muerte, su castigo se había presentado, el castigo más cruel y vil que alguna vez se ha creado, la soledad.
Me sentía sola pero todo era mi culpa, mi madre me abandonó cuando tenía tan solo tres años, me sentía culpable por su partida después de todo ella era feliz con mi padre hasta que nací y, entonces tan solo tres años después partió sin decir nada sin mirar atrás, ¿acaso no fui yo la detonante de todo?
Desde que mi madre se fue mi padre dejo caer toda su ira contra mí, me golpeaba sin parar incluso me hacía ingerir alcohol con la esperanza de que no lo soportara y por fin muriera, mi padre no quería matarme, no él prefería darme los recursos para que fuera por mi propia mano, pero no tuvo mucha suerte, la parecer lo único que había logrado era inculcarme una gran tolerancia al alcohol y un gran trauma emocional que nunca se borraría de mi memoria pues mi cerebro no me lo permitía, mi cerebro había creado una memoria imborrable, no me daba el privilegio de olvidar.All Rights Reserved