El castillo de Torwen custodiaba el paso a través del estrecho de Salos, única vía por tierra hacia los yacimientos del norte, ricos en obsilita. Este mineral mágico era la clave de la prosperidad que rebosaba el impero de Coredo, una prosperidad que peligraba desde hacía dos años y medio a causa de una maldición, un hechizo o quién sabe. La única certeza era que todo el que se adentraba en aquel castillo jamás regresaba. Aquella mañana Ranco el ebanista caminó con su particular balanceo hacia la plaza central...