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Aún recuerdo cuando la conocí. De pie con su camiseta holgada y pantalones rasgados, el ceño fruncido y debajo de él, dos ojos azules que me observaban confundidos.
Había demasiadas cosas que Ace Bogart ocultaba; sin embargo, ninguna de ellas me importaba. No me importaban las historias que se contaban, o su pasado, o cuánto me pidieron que me alejara de ella. Sabía que detrás de esos ojos, la enorme sonrisa y esa energía inigualable, se escondía un alma desolada que intentaba encontrar de nuevo su hogar.

«Pero, ¿quién reza por Satán? ¿Quién en dieciocho siglos ha tenido la humanidad de rezar por el pecador que más lo necesita?»

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