Muchas veces no nos detenemos a mirar en el camino cuantas veces nos topamos con nuestros pequeños amores imposibles, aquellos que se ven de una sola vez al ir al mercado, o cuando nos sentamos en nuestra cafetería favorita y nos flechamos.
Bueno, yo aprendí de la manera más horrible a poner atención a todo, sí, cada minúsculo detalle era para mí uno de los más importantes.
Lo extraño era que gracias a mi trauma del pasado había desarrollado habilidades casi sobre humanas de notar las intenciones de la gente, sus emociones y otras cosas más SIM importancia, podía descubrir a quien fuese, por lo que el confiar en la gente era imposible para mí, ya no me interesaba ser alguien sociable, sólo repetía la misma aburrida rutina, el levantarme cada mañana a las 6 am, ducharme, preparar mi desayuno, alistarme e ir al trabajo en mi confiable bicicleta, pues jamás de los jamases volvería al metro.
Maldita cosa metálica alberga pervertidos.
Sin embargo, después de 4 años y medio viviendo así, algo de la rutina salió, pues el jefe había sido despedido por tocar a un novato sin su permiso.
Fue ahí cuando entró aquel imponente hombre, aquel de tez canela y amplia espalda, el cual no tenía ni una pizca de cortesía, pues no hacia amago de querer llevarse bien con nosotros, sus ahora empleados.
Admitir que la curiosidad me albergó fue poco, por qué sin saber el como, me atrapó en esa aura de misterio.
Pasaron los meses y la única cara o gesto que había mostrado había sido el de escruñir tu alma a travez de sus frías miradas y su elegante porte.
¿Tendría más facetas? ¿Podría yo... averiguarlas?