"Puedes sentir su dolor con sólo mirarla, puedes entender su tormento, puedes decirle que todo estará bien, pero no puedes ayudarla".
Sia Furler se rompía un poco más cada vez que Erik Anders, su marido, la golpeaba o la insultaba.
Vivía bajo una dictadura, la cuál imponía su violento esposo. No podía hablar con nadie ajeno a su familia, no podía salir sola, no podía decirle que "No" a nada que le pidiera su cónyuge, Erik.
Tener que vivir de ese modo, la enfermó. A tal punto de llegar a creer que merecía cada golpe que su marido le propinaba.
Poco a poco, se fue dando cuenta lo poco que valía y fué cayendo en una profunda depresión que disimulaba con una falsa y torpe sonrisa.
Nada ni nadie podría sacar a Sia de ese lugar, de ese infierno que había provocado un demonio, el demonio más hermoso del inframundo, Erik. Nadie la podía sacar, porque ella estaba allí por voluntad propia, porque necesitaba a ese demonio para vivir, para respirar. Pero en fondo de su pútrido corazón había esperanza. Esperanza de que Erik cambie su actitud luego de contarle que dentro de su vientre, golpeado y maltratado, llevaba un hijo suyo.
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