- ¿ No lo vez? - Lo miré fijamente a los ojos. - ¿No vez el daño que haces? - reuní fuerzas. - ¿Porqué me odias? - susurre.
- No lo hago.
- ¡ Sabes que es la verdad! - grité alterada. - Desde que pisé esta casa no dejas de tratarme como basura. - Lagrimas me cegaban, no podía ver con claridad. - No te he hecho nada.
Rió por lo bajo.
- Sí. - Reí sarcasticamente. - Entiendo que no soy perfecta, pero no tienes que repetirlo cada oportunidad que tienes. - No podía más rompiendo en lompí en llanto.-- Me haces daño.
- ¿ Y sabes qué es lo peor? - mís cuerdas vocales fallaron por unos segundos, emitiendo aquel horrible sonido de dolor.-- Me gustas.-- solté para luego de una pausa revelar la verdad.-- En realidad no, me encantas.-- rectifiqué mirandole a los ojos.
Rasqué mis cuencas. El levantó la mirada.Cerré la maleta de un arrebato.
Caminé hasta la puerta pero inmediatamente dí dos pasos, me empujó de los hombros con fuerza, tanta que todo lo que traía en mis manos calló al suelo.
Intenté escapar, escapar de sus futuros golpes, su aroma, sus gritos, ese poder que tenía sobre mí. Empujaba su pecho, traté de alejar su rostro. Tiré de la tela que lo adornaba, dí uno que otro quejido pero nada funcionó.
Presionaba mi cuerpo a la pared tras este, mis muñecas sostenidas con una de sus manos y los dedos de la restante entrelazados en mi cabello, tirando de este hacia atrás.
Con el mentón forzadamente hacia adelante, soltando gemidos no muy fuertes, sintiendo ambos ojos plantados en los míos y totalmente inmóviles.
No valía la pena luchar ya.
Las líneas sobre su mandíbula no tardaron en presentarse. Aquella respiración agitada me mataba, su ceño fruncido despertaba algo en mi. Adentrandome en sus pupilas pude verme en su reflejo. Ingenuamente enamorada de él, cegada.
-Te odio. -susurró.
Pausó frente a mi rostro.
Posicionando nuevamente sus pupilas completamente dilatadas sobre las mias completamente adoloridas.