Los segundos indican el momento justo del lugar donde debo encontrarme conmigo, suena un timbre que responden con la promesa de abrirme enseguida. Guardo las manos en los bolsillos, como un acto reflejo de que no se vayan a caer ninguna de mis verdades.
Entro como el Caballo de Troya, decidido pero siempre escondiendo algún secreto, la cordialidad de esa persona que será mi confidente me invita a sentarme.
Los próximos cuarenta minutos serán los más sinceros de mi semana, podré describir mis miedos, mis alegrías, mis fracasos y mis victorias, podré recordar mi infancia y todos mis errores, mis amores, y mis angustias, a cada palabra se abre una puerta hacia lo imaginario, hacia el futuro, lo inmediato, y lo que nunca llegará, y se cerrarán otras que uno a veces siente temor de cerrar, y con esto, descubriendo un poco más quien fui, quien soy, que quiero ser es como ese caballo que ingresa en territorio Troyano, y se oscurecen los pensamientos, se traslucen las miserias, las propias y las de aquellos que abrazan con brazos de judas, o las otras que besan con la boca amarga, de las primeras decepciones, de las últimas pupilas húmedas de un tipo que camina, con menos miedo del que debería, que choca con la misma pared muchas más veces que la primera, pero que como todo Griego, a la hora de abrir los ojos y esa madera disfrazada de Caballo, una vez más puede sonreír, una vez más puede sorprender, y una vez más puede irse cantando victoria ante otro día más..
A mi psicóloga y a la psicóloga que más le gusta leerme!