Y allí estábamos, a unos metros de distancia. El campanario se alzaba a lo lejos, como pájaro que vuela al atardecer, el clima era lluvioso, las gotas cristalinas se deslizaban por nuestro rostro. Nuestros músculos estaban paralizados, salvo el corazón, que latía ante la sensación de nuestro encuentro con las personas que tantos suspiros nos habían robado. Y todo se tornó más claro, estaban a unos pasos de distancia, y corrimos...
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