-Eres mía. Me perteneces -Su mirada estaba clavada en mi, me observaba detalladamente, recorriendo cada centímetro de mi cara como si quisiera encontrar algún mínimo defecto, algo fuera de su lugar, también como si quisiera saber todo lo que estaba pasando por mi mente, quería que le demostrará miedo, si, si lo tenía pero no se lo haría saber, no se lo demostraría. No. No a él, a un completo desconocido.
No sabía de qué hablaba. Yo no era de nadie, y mucho menos de el. Ni siquiera lo conocía, pero no quería que pensara que le tenía miedo, que tenía el poder de intimidarme... Aunque fuera verdad.
Me armé de valor, y alcé mi mirada, encontrandome con aquel rostro neutro, frío, sin ninguna expresión en su cara. Pero lo que mas me llamaba la atención eran sus ojos. Grices, como una tormenta desatada destruyendo todo a su alrededor, sin piedad de nadie.
Me aclaré la garganta, tratando de que mi voz sonara firme y segura. No iba a permitir quedar como una completa miedosa frente a él, ni frente a nadie.
-Te equivocas, yo no soy de nadie.
Dió un paso, acercandose más a mi. Me tense. Por alguna razón su cercanía me ponía nerviosa. Su mirada seguía en mi, en ningún momento la apartó.
Agarró un mechón rebelde que se salía de mi cabello, colocandolo detrás de mi oreja. Se inclinó un poco sobre esta haciendo que sus labios frios rozaran mi piel.
-No escaparas de mi, te lo advierto- Su voz ronca hizo aparición nuevamente, pero esta vez acompañada con un suave susurro, mis fosas nasales se inundaron de un peculiar olor a menta. Pero no solo era menta, era menta con cigarrillo. El tacto de sus labios contra mi oreja hizo que me estremeciera de pies a cabeza. Me agarró del mentón, conectando nuevamente nuestros ojos. Me miro por unos segundos hasta que me besó muy cerca de la comisura de mis labios. Cerré mis ojos, adormecida por la sensación.
Todo lo que ví al abrirlos fue su sombra desaparecer por el oscuro y profundo bosque