Para describir a Clara era imposible utilizar solo una palabra. Quien quiera que quisiera hablar de ella entonces tendría que utilizar un glosario de esos que tienen una infinidad de hojas en las que encuentras palabras que nunca en tu vida habrías pensado que existían y a las que muchas veces no logras encontrarles sentido. Lo más probable es que ella ni siquiera lo sepa, pero para que se vayan haciendo una idea, Clara Bunké era como una estrella fugaz, ¡qué va! ¡Era un jodido meteorito! Piensen en todas las clases en las que algún profesor se encargaba de enseñarles todo el rollo acerca de estos objetos del espacio y luego les decía que ninguno caería nunca en la tierra porque se desintegraban en la atmósfera y se deshacían en unos trozos que no dañarían nunca a nadie. Ahora, imaginen que viene un meteorito a una velocidad que nunca nadie había imaginado y por causas desconocidas del universo que nunca comprenderemos, este no se desintegra y cae de lleno en la tierra y el desastre que deja es jodidamente inmeso y todo es un desorden inimaginable. De repente incluso también ves que las cosas se ponen de cabeza. Y el meteorito se queda ahí, enterrado en la tierra como si fuera la cosa más grandiosa de todo el universo, ajeno a todo lo que provoca a su alrededor. Y con el pasar del tiempo este objeto comienza a desintegrarse pero los restos siguen quedando ahí y parece que están sepultados tan profundamente que sacarlos sería una misión imposible para cualquier ser humano. Pues bien, el meteorito es Clara, y la tierra en la que se estrella, son todas las otras personas en esta historia.