Una apuesta en el cielo, una guerra en la tierra, un amor en secreto. Ríala y Gahamon se conocieron por primera vez cuando ambos eran niños. ¿Cómo podrían imaginar lo que los dioses les tendían planeado? Sus ojos se encontraron y de inmediato sonrieron, seguros de que habían encontrado un amigo, un alma afin. El amor les lanzó sus cuerdas y los anudó el uno al otro con un hilo irrompible. Y luego Baran, dios de la guerra, metió la mano. Los dioses comenzaron un juego, los dados rodaron, el mundo dio mil vueltas. Y cuando Ríala, la reina bastarda de Overania, se volvió a topar con Gahamon, el emperador asesino de Kinu, se dio cuenta de que habían perdido. El destino les había unido, pero los dioses y sus propias decisiones harían por siempre imposible su unión. Si rendía su reino, perdería a su gente, si emprendía la guerra, perdería a su amor, si se aliaba con otro reino, se perdería a si misma. -Se dice que el amor se define en actos, no en palabras. Se dice que no hay nada que pueda romper una unión de enamorados -comentó el dios Baran, observando a su hermana divertido-. Se dicen muchas cosas, pero la mayoría no son ciertas. Demuestrame que me equivoco.
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