Prólogo
Londres, Inglaterra, mayo de 1822
Querida Charlotte:
A mis oídos ha llegado el rumor de que vuestra antigua pupila, lady Venetia, ha rechazado nuevamente a otro pretendiente más que recomendable. Si queréis mi opinión al respecto, simplemente como un observador desinteresado, considero que lady Venetia se ha tomado demasiado al pie de la letra vuestras lecciones para ricas herederas. Si no cambia de actitud, acabará convertida en una solterona, sola y amargada.
Vuestro primo
Michael
«Las hijas sólo están para amargarle la vida a uno.»
Eso era lo que pensaba Quentin Campbell, el conde de Duncannon, por los constantes quebraderos de cabeza que le ocasionaba su hija de veinticuatro años. Había matriculado a Venetia en la escuela de señoritas que regentaba la señora Charlotte Harris con la esperanza de que la tornaran más dócil, más maleable, pero en cambio su hija había abandonado esa institución convertida en una jovencita aún más rebelde. Por lo visto, Venetia no sólo había heredado los adorables rasgos de su madre sino también su insolencia. Y el conde ya había mostrado suficiente paciencia soportando el
Escucho pasos detrás de mí y corro como nunca.
-¡Déjenme! -les grito desesperada mientras me siguen.
-Tienes que quedarte aquí, Iris. ¡Perteneces a este lugar! ¡Tú no eres una humana normal! -grita un guardia sin dejar de perseguirme...
-¡No! Yo pertenezco a mi ciudad, con mis padres... -cuando estoy por llegar a la salida veo a dos chicos.
Practicando con espadas...
-¡Sky! ¡Atrápala! -grita Rick...
Uno de los chicos desvía su mirada y nuestros ojos se conectan
Sus ojos dorados me miran fijamente...
Revolotea despreocupado su cabello rubio, pero luego...
Se da cuenta de lo que sucede y me apunta con su espada
Yo me detengo inmediatamente...