Fuimos agarrados de la mano. No puedo explicar lo que feliz me sentí, aun sabiendo que era todo una mentira.
Me abrazó fuerte y me besó en la mejilla. Estaba preparada para decirle adiós, cuando se acercó poco a poco y pegó su rostro al mío. Mejilla contra mejilla.
— ¿Qué tal esto? —susurró dulcemente contra mi oído. El tono de su voz no era el de siempre, al que estaba acostumbrada. Esta vez era meloso y suave, como si le divirtiera lo que estaba a punto de hacer.
Apartó su rostro. Me miró a los ojos. Se fue acercando poco a poco. Me soltó la mano, y la colocó en mi nuca. Me miró otra vez, esperando alguna reacción por mi parte, y, al ver que yo no me movía, se acercó mi rostro al suyo un poco más.
Sabía lo que estaba haciendo. ¡Iba a besarme! No podía creérmelo. Pero, si él lo iba a hacer…entonces, yo también.
Levanté el brazo y puse mi mano detrás de su cuello, agarrando su pelo. Entonces, él dio el último paso y acercó su rostro más al mío, provocando que nuestros labios se juntaran.
No duró más de dos segundos. Y, cuando terminó, se apartó lentamente para darle emoción al momento.
Abrí los ojos y le miré fijamente. Parecía contento. ¿Por su gran actuación? —hasta yo me lo había creído—. ¿O porque me había besado? La segunda opción era la menos creíble, ya que había dicho que lo nuestro no podía ser. Lo había dejado bien claro. Pero la diferencia era que… ¡los amigos no se besan!
Fue un beso breve, pero fue un beso, al fin y al cabo.
—Adiós —dijo. Me miró por última vez, se dio la vuelta y se fue.
—Adiós —mascullé, con la boca abierta.
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