Lo veía.
Lo veía desde la ventana de mi habitación.
Observaba cada uno de sus pasos, como iba vestido, que hacia durante las tardes y como iba a la escuela por la mañanas a regañadientes porque su madre lo obligaba o bueno, eso creía yo que hacia.
Cada día esperaba poder salir de aquí, esperaba que mi padrastro algún día dejara de usarme y dejarme respirar otro aire que no fuera el que estaba acumulado en mi habitación.
Necesitaba sentir que era despertarse e ir a estudiar, como toda una chica de 17 años esperaba, quería sentir que era enamorarse, que era amar.
Cuando tenía 10 años mi madre falleció, de una terrible "enfermedad", en realidad esa no fue la razón.
Homicidio por parte de su nuevo marido, Henry, que acabada de mudarse a mi casa.
No hay pruebas de dicho suceso, pero yo estoy segura de lo que vi y mientras tanto tengo que aguantarlo todos los días.
Me dejo sola, sola con ese monstruo.
Que desde entonces me ha mantenido encerrada en mi habitación, sin dejarme salir ni un instante, como una prisionera.
Si tenía hambre, tenía que esperar a que ese hombre se dignara a aparecer por mi puerta a dejarme la comida.
Ya que estaba encerrada y la puerta era de metal y no podía hacer nada.
Todas las noches llega borracho y si lo desea, entra a mi habitación y comienza a golpearme y abusar de mi.
Típico, ya ni siquiera me sorprende que lo haga.
Mi única compañía y la única forma de poder saber que pasa fuera de mi casa, es la ventana que se en encuentra en mi habitación.
Aunque apenas puedo observar por los trozos de hierro que están afuera de esta, para que evite romper el vidrio y escapar. Él lo tiene todo calculado.
Llevo cinco años observando a un chico, un poco mayor que yo.
Cabello castaño y ojos oscuros, alto y fornido.
Un chico perfecto.
Un chico misterioso y puedo sentir el peligro que emana.
Un peligro que mi gustaría probar.
Desde entonces no he dejado de verlo.
Y tampoco creo poder hacerlo.