Jay siempre había admirado la belleza de aquel joven de rizos bicolores, amaba ver su blanca sonrisa, ver aquellas pecas que tanto le caracterizaban, aquellos rizos negros y blancos, aquellas pequeñas pero atrayentes caderas que le incitaban a tener con el algo más que una amistad, y aquellos ojos; oh aquellos hermosos y brillantes ojos chocolate que simplemente le hacían un sueño añorado para el árabe Carlos De Vil era más que hermoso, y Jay no podía negarlo.