ADRI_15YT
Ariana Brown aprendió desde muy joven a conformarse con poco.
Con palabras que no llegaban, con abrazos a medias, con silencios que dolían más que los gritos. Su relación con su novio siempre giró en torno a él: sus logros, sus problemas, su ego. Nunca le preguntó si estaba bien. Nunca se detuvo a escucharla cuando hablaba de sus libros, de sus análisis literarios, de esa manera casi tímida en la que Ariana veía el mundo a través de las palabras.
Y aun así, ella se quedó.
Se quedó incluso cuando las burlas aparecieron disfrazadas de bromas.
Se quedó cuando las infidelidades dejaron de ser rumores y se volvieron certezas.
Se quedó porque necesitaba sentirse amada, aunque fuera a medias, aunque fuera solo una costumbre.
Ariana estaba convencida de que nadie podría quererla de verdad. ¿Quién amaría a una chica que se emocionaba con párrafos subrayados, que analizaba metáforas como si fueran refugios, que hablaba más con los libros que con las personas? Para ella, el amor siempre sería algo que se mendiga, no algo que se recibe.
Hasta que lo conoció a él.
Thomas Brodie, su profesor de literatura.
Reservado, brillante, peligroso en su manera de mirar. Un hombre que no alzó la voz ni prometió nada... pero que la escuchó. De verdad. Que leyó sus ensayos con atención, que notó sus silencios, que entendió lo que Ariana nunca supo decir en voz alta.
Entre miradas que duraban más de lo correcto, conversaciones que se extendían más allá del aula y un beso que lo cambió todo, Ariana descubrió algo nuevo: la sensación de ser vista, elegida, comprendida.
Thomas no la quiso por costumbre.
La quiso por lo que pensaba, por cómo sentía, por cómo amaba la literatura con el corazón abierto.
Y por primera vez, Ariana se preguntó si tal vez...
no era que ella pidiera migajas,
sino que siempre estuvo en mesas equivocadas