Me imagino entrando en lo profundo, con mis pies descalzos sintiendo el pasto mojado de rocío, en medio de un sendero del bosque. Hay árboles que evitan con sus ramas que la luz blanca y natural de la luna me exponga a todas las criaturas.
Escucho risas en la oscuridad, sonidos que parten el silencio nocturno cálidas risas femeninas al rededor del círculo de fuego. Mis ojos poco a poco se acomodan a la falta de luz, atraviesan todo lo que tengo por delante, llegan hasta el lugar elegido y ahí las descubre.
Cuerpos pálidos, desnudos, bailando y corriendo. Mujeres que abandonaron sus camas por la noche para hacer el ritual, para invocar a las fuerzas que nadie puede ver, que nos levantan cada mañana, que respiramos cada momento. Fuerza vital emana de sus piernas y largos cabellos, calientes y rosados cuerpos bailando agitados al rededor del fuego.
Temblaba mi pecho y la desesperaban mis piernas pero ahí parado me quede. Mirando el espectáculo, como un privilegio de la casualidad. De pronto la vi acercarse y mirar mis ojos, era una de esas miradas que exploran el tercer ojo, salen y vuelven a entrar millones de veces hasta que un parpadeo detiene la transmisión de energías.
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