No hay momento en el que no piense en ti. Momento en el que no te recuerde. Momento en el que no sonría porque me acuerde de ti.
Pensaba que yo ya conocía el amor, que ya había pasado por él, que ya sabía lo que se sentía, que ya sabía lo que dolía. Pero no. Me equivoqué. Siempre dije que yo ya me había enamorado. No fue así. El error está en que la palabra «amor» así dicha, no es una palabra, no se puede saber ni se puede pensar; solo hay una cosa que se puede hacer con ese concepto: sentirlo. Y tú me has enseñado lo que es sentirlo, lo que es estar pensando en la misma persona a cada momento del día y lo que es necesitar a alguien a tu lado.
Cuando sentí dolor la primera vez que me «enamoré» me hice una promesa: No volver a enamorarme más, al menos hasta los quince. Te preguntarás, ¿por qué hasta los quince? No lo sé la verdad, supongo que sería porque pensaba que me volvería a pasar por esa edad. Pero no, llegas tú y me fastidias los planes, pero me los fastidias de una forma tan bonita que me encanta, te permito que me deshagas los planes que quieras. ¿Sabes? Tú has coloreado mi vida de un color nuevo, un color especial. No digo de rosa porque, a parte de ser muy pijo, no es ese color. La has pintado de un color nuevo en la gama de colores, un color especial que solo tienes tú; es un color precioso.
Cada día sueño contigo, pero no hace falta que esté dormida para que lo haga. Sueño con nuestro futuro, sí, nuestro, porque piense lo que piense, tú siempre apareces en él. Viviendo contigo, compartiendo las cosas contigo, todo juntas. Puede sonar un poco agobiante, pero es que yo quiero un futuro contigo.
En resumen, que te amo, muchísimo, y con locura. Que no se te olvide nunca, y que por favor, que esto tampoco acabe nunca. Te necesito.
Cristina