Rose bajó la mirada, observando cómo el vapor del té se elevaba en espirales delicadas, disipándose en el aire tibio de la habitación. Sus dedos temblorosos rodeaban la taza, absorbiendo su calor como si pudiera derretir el frío que aún se aferraba a su piel. Afuera, la lluvia continuaba golpeando las ventanas, un murmullo constante que llenaba el silencio entre ellos. Exhaló un suspiro tembloroso y hundió un poco los hombros, sintiendo el peso invisible que la oprimía. Tomó un sorbo del té y cerró los ojos un instante, permitiendo que la calidez recorriera su cuerpo.
—No sé cómo dejar de ser fuerte… —murmuró, su voz apenas un susurro—. Siento que, si lo hago, todo se desmoronará.
Jugó con el borde de la taza, sin atreverse a levantar la vista. Sus pensamientos eran un caos, un torbellino de emociones que no sabía cómo ordenar.
—Estoy cansada, Jack… —admitió, su garganta cerrándose sobre las palabras—. Cansada de sostener todo, de fingir que estoy bien.
Se abrazó un poco más a sí misma, buscando refugio en su propia piel. Su mirada finalmente se alzó, encontrándose con la de él, cálida y paciente.
—Solo… quédate conmigo un rato —pidió, con una fragilidad que rara vez dejaba ver.
