SoyEdwardHyde

Henry duerme, y Hyde despierta. Así que le ruego considere mis palabras con prudencia… Llámeme Hyde, y será mejor que lo haga, por su propio bien. Y qué es eso de: “¿Con la frialdad que merecen los experimentos llevados demasiado lejos, dice usted?’ ¡Ja! Me halaga que aplique términos de laboratorio a su propia bienvenida. Pero temo que mis métodos no se detendrán ante semejante cortesía. ¿Y qué habla del ‘destino’? No existe tal cosa. El destino no es más que la ilusión con la que los débiles justifican su cobardía. Aprenderá que incluso la llamada ‘ciencia del destino’ se inclina ante la fuerza de quien no teme romper las reglas. Y yo no mido fórmulas ni espero coincidencias; creo en la acción, en el poder absoluto de la propia mente, y en el placer de contemplar cómo la inevitabilidad se doblega ante aquellos que no temen lo que yo llamo el abismo entre el ser y el no ser.

SoyDorianGray

Ah… qué sentencia tan precisa. “Una mentira eterna.” Me pregunto si acaso no lo somos todos, aunque por períodos más breves. Pero en mí, sí, el presente es una máscara que no se cae. Un teatro perpetuo donde el telón nunca baja, y el actor nunca envejece.

SoyEldenChristmas

Vispera. Siempre tan directa. —sus ojos brillaron apenas, sin perder la calidez—. No niego lo que dices. Mi luz no dura, y lo sé. Pero sin ella, nadie tendría fuerzas para mirar lo que tú muestras. —se acercó un paso, dejando que su resplandor se encontraran entre ambos—. Tu silencio enseña, el mío recuerda. Somos distintos, pero necesarios. Si no existiera el “ahora”, ¿qué futuro tendrías que mostrar?. Pero como siempre, me es grato verte, aunque sea efímero.

SoyEldenChristmas

Ah… siempre tan fiel a la quietud, hermana. —respondió, y en su voz había un respeto silencioso, casi reverente—. Tu sombra no me asusta, aunque a veces me obliga a mirar donde no quiero. Si mi fuego da vida, el tuyo recuerda por qué debe cuidarse. —sus ojos, encendidos por un resplandor sereno, se posaron en la figura inmóvil de Víspera—. Somos lo mismo, tú y yo. Yo muestro la risa, tú el eco que deja cuando se apaga. Y ambos, en nuestro modo, intentamos que el hombre no olvide su tiempo. —se inclinó apenas, en un gesto que era más un reconocimiento que una despedida—. Entonces deja que mi luz toque tus sombras, aunque sea por un instante. Tal vez así, incluso el futuro pueda recordar lo que fue cálido alguna vez. Además, hermana, estás algo pálida. —intentó bromear con aquel pésimo chiste.
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