Éramos polvo, tú y yo. Por motivos distintos, tras circunstancias distintas; pero, al fin y al cabo, estábamos hechos polvos. Lo sabía yo, y lo sabías tú. Tal vez por eso terminamos juntos: porque sabíamos que nos entendíamos a la perfección. O eso parecía.
No te conozco. O, más bien, no te entiendo: no comprendo bajo qué lógica funcionas, bajo qué moral te mueves, cuáles son tus motivaciones, qué es lo qué haces cuando no puedes más. Al principio pensé que lo hacía, que lo entendía, que me decías la verdad y era yo la que no comprendía. Pero poco a poco me voy alejando de esa idea y no puedo evitarlo.
Yo soy silencio. Como tal. Callo y obedezco, y creo que puedo contenerlo, hasta que el dolor que siento en la boca del estómago me hace colapsar. Soy demasiado cobarde para rebelarme, demasiado poco para exigir más, demasiado débil para decir que no. Esa es la característica que parecía unirnos: que no sabíamos decir que no.
Debo decir que la obediencia cobra caro, y, al ser excesiva, se lleva muchas cosas. El intentar convencer al resto de que quieres complacerlos hace que tus deseos pasen a segundo plano; después, a tercero, y así, hasta que se desvanecen en el tiempo, junto con la esencia de uno, dejando un cascarón indeciso y vacío. Pensé que entendíamos eso. Pero no era así.
Soy silencio y soy polvo, porque me he perdido a mí misma en algún punto del camino. Tú eres impulso y eres polvo, porque así te lo ha enseñado la vida. Nunca estuvimos en las mismas circunstancias, y no me di cuenta de eso, porque soy silencio y cobardía, y no podría haberlo hecho. Después de tantas mentiras, de trazos de manipulación, me es complicado saber si lo que siento es racional. Sin embargo, permanece en mi cabeza el pensamiento de que tú eres ardor, y el ardor gana al silencio, y por eso terminamos volviéndonos cenizas. Éramos polvo, éramos polvo y lo sabíamos, y juntos terminamos volviéndonos cenizas.
El calor prevalece y nos desvanecimos, los dos. Tú sabes levantarme. Yo no. Sólo soy silencio, sumergido en un mar de cenizas y ardor. Nunca me di cuenta que el vacío te ayudaba a arder; ¿es por eso que me quieres cerca? Tiene sentido; pero también soy polvo. Ya somos cenizas, ¿aún quieres que arda contigo?