9- un fantasma en mi casa

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Una melodía tan exquisita sonaba y resonaba alrededor, la moneda de oro que había aventando caía y rodada en su mismo eje y él la miraba con anhelo. [...]

Era como una historia más, como Romeo y Julieta, una historia de dos amantes. Tan enamorados y desesperados el uno por el otro, ambos se necesitaba, era una inexplicable balanza.
Que se mantenía alineada sin importar que sucediera.

Inició el mes de Enero, era fresco y ni el sol podía calentar.

Llegó a casa, era noche y el clima era aun más fresco, solo con una chamarra para cubrirse de el.

Todo estaba oscuro, pero podía sentir esa fuerte presencia.
Eso le hacía felíz.

—— ¡Eh vuelto! —— dijo el Mexicano, con una sonrisa.
A pesar de que nadie contestó, parecía feliz.

Se quitó la chamarra y la tiró al sillón, prendió las luces y era tan solitario, que parecía que nadia la habitaba.
Subió las escaleras hasta llegar a su recámara, y una vez ahí se tumbó en la cama.

—— Sabes, mis días ya no son iguales.—— hablo para sí. —— Aún haces falta a mi lado, pero cada vez que vuelvo aquí, soy realmente feliz, porque puedo verter. —— no hubo respuesta.
Claro, como la habría, si el ya no podía hablar.

— Tal vez te esté hartando con la misma historia todos los días, pero sigo buscando aquello que escondiste de mí. Si pudieses decirme donde está, sería realmente agradable, y ninguno de los dos sufriría. —— el mexicano estaba sudando, al parecer tenía fiebre.

El aire chocaba con la ventana y de poco a poco el cuarto se enfriaba, el sonido no le era desagradable, más bien bloqueaba su mente, lo empezó a relajar hasta que sus ojos pesaban es quedó dormido.
Mientras sentís una fuerte mirada en él.

Suplicando algo, algo que él no entendía, o en peores casos algo que él no quería.

Era madrugada y un fuerte dolor de cabeza le hizo levantarse.
Aterrado bajo las escaleras gritando el nombre de su amado.

Gritando tan fuerte que el dolor aumentaba, pero no le importaba.

—— ¡Maldito hijo de puta! Te encontraré. —— gritaba. —— Me oyes, ¡te encontraré!. —— una y otra vez, hasta que su cuerpo no lo soporto más y cayó al piso.

La fiebre había empeorado.

Tras unos minutos ahí, el frío suelo parecía haberlo tranquilizado.

Apenas y se había percatado que al llegar había dejado las luces prendidas.
No le importó, más y fue a la cocina por algunas pastillas.

Sentado en el comedor se recordaba todos los bellos momentos que pasó a su lado, todas aquellas caricias en secreto, y aquel reloj de bolsillo que le había regalado.
Las rosas que le había dado y a pesar de haberse marchitado aun las conservaba guardadas.

—— ¡Mi bebé!—— murmuró con los ojos empañados mientras abrazaba y se aferraba a sus piernas. —— Se supone que yo te protegería.... Que protegería tu hermosa sonrisa. —— quería llorar, pero se culpaba a si mismo. ——  Y no que por mi culpa morirás.

Pensaba que llorarle sería muy avaricioso de su parte y retenía sus lágrimas, era incapaz de derramarlas.

Y nuevamente, el ardor de la fiebre y el medicamento competían y el cayó en la mesa mientras dormía.
Mientras tenía pesadillas.

Se encontraba en un tranquilo paisaje y a él lo miraba la deriva.
No era un dulce sueño, verlo de nuevo era su peor dolor, era torturarlo inconscientemente.

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