Una hermosa fotografía

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      Esto es genial, hermoso, asombroso, excitante, fabuloso. Esto será la portada del próximo número de la revista. Esto. Una cascada, rodeada de árboles, plantas verdes, rocas con algo de musgo. Con esta fotografía ganaré bastante dinero, lo suficiente para saldar esa deuda a la que estoy atado. Al fin podré vivir sin presión alguna. Te lo demostraré padre, el estudiar fotografía sí sirve de algo. 

      Coloqué firmemente mi cámara sobre el soporte, llevé mi ojo al lente y comencé a enfocar. Sin embargo, algo comenzó a asomarse por la cascada, era un cuerpo, el de una mujer. Y estaba desnuda. Mi sorpresa fue grande, era una escena completamente inesperada para mi. Cada vez se acercaba más. Mi corazón palpitante parecía salirse de mí pecho. Aquella mujer era realmente hermosa. Sus cabellos rubios que llegaban hasta sus rodillas, su piel tan pálida como la espuma que dejaba el agua al chocarse con tanta fuerza con las piedras. Pero, había algo extraño, llevaba arrastrando tras ella algo así como un manto transparente ¿Qué era? ¿Alguna especie de hada o algo así? 

      Al notar que ya estaba a centímetros de mi, entré en pánico. Empecé a retroceder pero choqué con algo y caí sentado en el suelo. Ella se sentó en cuclillas cerca de mi pie, el cual no reaccionaba por el golpe, posicionó sus manos en sus rodillas y me miró con intriga.

      —¿Qué haces?—me preguntó con una voz aguda, pero tan dulce. Yo temblaba.

      —Sólo quería... —me era imposible no tartamudear ante la impresión—tomar una fotografía.

      —¿Por qué?—volvió a preguntar curiosa. Su voz parecía incrustarse en mis oídos.

      —Porque necesito dinero—tragué saliva antes de que ella pudiera volver a hablar.

      —¿Dinero?

      —Sí, ya sabes. Con lo que se compran las cosas.

      Me observó entendiendo mejor a lo que me refería. Recorrí con mi mirada todo a su alrededor hasta llegar al suelo donde debajo de ella había en charco color carmesí. Retrocedí obviamente asustado, arrastrándome por el césped que manchaba mi pantalón de verde. Ella miró hacía abajo y encontrándose con ese carmesí que me ponía los pelos de punta. La joven no parecía para nada preocupada, sólo volteó su rostro a un costado viendo su espalda

      —¿Te lastimaste?—

      En ese momento sus ojos se encontraron con los míos, eran de un color azul brillante que ni un cielo estrellado se asemeja. Eran hermosos. Quedé cautivado. La muchacha se volteó, quedando de espaldas a mi, ahí pude notar que aquel bello velo salía de su blanca piel como las ramas de un tronco. En donde nacía aquella frágil "tela", por así decirlo, goteaba sangre sin intención de frenar. Me quedé unos segundos en shock, pero luego reaccione. Me quité la chaqueta y la amarre alrededor de su torso cubriendo la herida, la amarre fuertemente logrando que la hemorragia se detenga. Me sentí muy aliviado al ver que ella se sentó junto a mí con una sonrisa tan deslumbrante que podría verla por siempre.

      —Gracias—al escucharla decir eso tan tranquila y dulce, sentí como mi cuerpo entero junto a mi corazón y todos mis órganos se estremecían.

      —No hay de que—le contesté con algo de rubor en las mejillas, saber que estaba sonrojado me hizo ponerme más rojo aún. 

      Giré mi cabeza para verla una vez más y sin darme cuenta nuestras narices chocaron. Sus ojos destellaban luz. Inconscientemente bajé mi mirada a sus labios, los cuales eran rojos y carnosos. Comenzamos a acercarnos con cuidado, despacio, lentamente, ya podía sentir su aliento cerca mío. Justo allí, nuestros labios chocaron en un apasionante beso que nunca olvidaré. 

      En ese momento no me importó el dinero, ni la deuda, ni mi casa, ni los pocos amigos que tenía, se me olvidó todo, ya no me importó más nada, al igual que ahora. No sé si alguna vez me buscaron, o se preocuparon de mi desaparición, porque desde entonces no volví a aparecer en la ciudad, ni en ninguna otra, me quedé allí en ese bosque con la misma mujer que aquella vez, la única que necesito para ser feliz. Hoy en día, mis dos amados hijos ya dejaron la cabaña en la que viví los últimos cuarenta años, sólo estábamos ella y yo, frente a aquella cascada que salpicaba nuestros cuerpos con su agua tibia y acogedora. Nos sentamos en el suelo al igual que la vez en que nos conocimos, le regalé un beso con todo el amor que he sentido a lo largo de los setenta años que estuve junto a ella, me dejé caer sobre su regazo, extendí mi mano para acariciar con ternura aquellas mejillas húmedas que no paraban de mojarse por las lágrimas cálidas que caían de esos ojos azul noche cristalizados como las rocas mojadas por el agua del lago. En ese momento le susurre con las pocas fuerzas que me quedaban un "Te amo" con todos los sentimientos dentro de esas dos palabras. Al finalizar cerré mis ojos cayendo en un profundo y eterno sueño del que nunca desperté, pero me sentía feliz, porque no mucho después estaba frente a la misma casta junto a la misma mujer de hace unos días atrás.

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