Daba la situación que Kakashi e Iruka eran una dupla poderosa. Armónica, precisa, diligente; eran un frente unido para un bienestar común: el de la aldea. Ellos dos iban de la mano como el sol a la montaña, la luna al océano, la soja al sashimi y el culo al calzón. Sencillamente eran un set, y por favor no los separes.
Desde que se había dicho y hecho todo lo que se tenía que decir y hacer después de la guerra, la sucesión de Kakashi al poder era un evento razonable, si no es por decir totalmente esperable y predecible. No había ninja más abnegado, poderoso y completamente entregado a Konoha como era el Hakate. Sólo su pasión por la voluntad de fuego era rivalizando con el anhelo de Tsunade-sama por la bebida sin recibir miradas agrias y severos reproches por parte de su fiel compañera, Shizune.
Lo que no era predecible, ni esperado y mucho menos razonable era lo tan necesitado de asistencia y asesoramiento que estaría el absurdo hombre. Era casi risible que toda esa ayuda necesaria vendría de un chūnin que prácticamente vivía en la Academia haciendo de docente. Casi. Hasta que se recordó lo unidos que eran Umino Iruka y el Sarutobi Hiruzen; aparentemente el moreno fue más que el cachorro ansioso por un poco de atención y afecto que se dejó ver.
Tal parecía ser, aclaró Umino una tarde de trabajo con tonos elevados y palabras altisonantes en la oficina del Hokage cuando se le interrogó por sus vastos conocimientos y habilidades, que, en fechas anteriores —los últimos meses de poder del Tercero, la atención era lo que menos deseaba con todo el asunto de su presunto examante traidor. No importa que tal cosa fuera un malentendió surgido por los celos de la entonces prometida de Mizuki.
Nadie confiaría en un hombre relacionado con ninjas desleales que involucran exestudiantes en robos de sellos y revelan secretos de estado a éste mismo. Iruka había sido la comidilla de la aldea, y lo odió.
Sin ánimos de que cuestionen su controvertido cargo de Asistente de Hokage, optó por el silencio. Ya de por sí el simple hecho de ser chūnin y no jōnin como la tradición dicta, sería polémico. Todo su trabajo, toda colaboración fueron hechos en absoluto secretismo, en complicidad de los difuntos Shikaku e Inoichi. Y nada más.
Después de esa memorable tarde en que las bocas del mejor grupo táctico de Investigación y Tortura fueron abiertas por el asombro de tales revelaciones (Inoichi, bastardo sigiloso, guardándose todo con el astuto Shikaku se logró escuchar el murmullo) y se cumplía el tercer mes del Rokudaime, Iruka había sido indispensable; él, sus capacidades y su fanatismo por el orden hacedor de milagros al reducir semanalmente montañas de papeleo incomprensible en múltiples, estratégicos y simples bultos.
Kakashi era, pues, conocido por su agudeza, brillantez e ingenio, por una mente capaz de miles maravillas, pero las sutilezas de la sociedad que no involucraban la camaradería shinobi... esas estaban más allá de su dominio, aquellas sólo las completaba si su afable pero temperamental asistente estaba a su lado.
Hakate era más que consiente de eso, y cada día en que una colaboración con un pueblo vecino corría riesgo por un shock cultural o el incumplimiento de etiqueta social, era un día más en que agradecía a los dioses y los difuntos por colocar y preparar a Umino en su camino para desentrañar esos líos.
Era una lástima que toda esa estrecha relación laboral no pudiera reflejarse en ámbitos personales, pensaba Kakashi. Y no porque encontrara insoportable al recién director de la academia ninja. Años atrás el carácter sanguíneo pero empático de Umino había cesado de producirle rechazo; ahora, en el mejor de los casos, podía encontrarlo encantador, en el peor: risa.
Pero no había amistad.
Simplemente todo se resumía en que Iruka lo trataba como el mayor de los imbéciles. Siempre hablándole con voz suave y pausada, seguramente la misma empleada con sus estudiantes más torpes y retrasados, incapaces de entender las más sencillas de las lecciones. Con regularidad las manos del maestro llegaban a parar sobre sus hombros, guiándolo de oficina a oficina, como se debe hacer con un niño indisciplinado y caprichoso que se niega acatar órdenes.
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I left my consciousness in the 6th dimension
FanfictionHabía días, juró con puños apretados y dientes rechinando, en que sólo faltaba que Iruka le diera una palmada en la espalda y una estrellita en la frente por un mal o buen trabajo, respectivamente. aka, Iruka es el asistente del Rokudaime. Talento...