Capítulo 1♥

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La chica nueva llegó al cuarto hora. Matemáticas.

En la Pizarra los números trepaban unos sobre otros. Estaba seguro de que lo hacían a propósito: solo para hacerme sufrir.

¡No sé qué me pasa con ellos! Mis diez centésimas no equivalen a una décima, dieciocho no es múltiplo de nueve, los ángulos rectos miden 85 grados y Pitágoras nada tuvo que ver con la tal hipotenusa. Tampoco entiendo por qué Einstein está relativamente empeñado en complicar mi existencia, y de los símbolos químicos solo me acuerdo del oxígeno, porque si no lo uso me muero.

Lo de las cuentas es lo peor. ¡Todas iguales! ¡Vaya estímulo para nuestra creatividad! Por eso trato siempre de obtener resultados novedosos. Claro que el profesor no lo entiende así y mi premio son calificaciones de... Bueno, mejor no lo hablo de cifras. ¡Las del boletín de notas son las más insoportables!

Había corrido el rumor de que una nueva falda engrosaría el batallón femenino. Algunos la habían visto en la dirección, en el extenso papeleo de los recién llegados. Para matricular en mi colegio se exigen más documentos que pelos en la cabeza, y como a nuestra edad no tenemos la dicha de ser calvos, ya se puede entender el retraso que esto supone.

Los chicos se frotaron las manos (siempre lo hacen cuando llega alguna). Las chicas se mostraban indiferentes (al menos eso aparentaban). Yo... bueno... Yo no soy como ellos. Por fuera me veo como todos; alto y flaco por lo del estirón puberal, con algún que otro grano en la cara por lo de las hormonas y unos espejuelos montados encima de la nariz por lo de las lecturas. Lo que funciona mal es lo de adentro. Todo me causa pena: pedir, comprar, hablar, preguntar, compartir, y no tendría cuando acabar la lista. Siempre hago lo que los otros me piden que haga. Es mejor hacerlo antes que decir que ''no''.

Mi abuela dice que tengo a quién salir y mira de reojo hacia mi padre, que se hace el desentendido o refunfuña: ''Cuando sea grande se le pasará''. Ya casi él llega al techo y todavía padece de lo mismo. A mi madre nunca le sobra tiempo para fijarse en esas cosas y yo no opina nada. Me paso la vida preocupado por lo que digan los otros de mí. En mis cortos años poseo una humilde hoja de vida: cero novias, un amigo. Nada más, ni siquiera un perro de mascota. Papá es alérgico a los animales.

En aquel momento me debatía entre mi estómago, que con un sándwich recién ingerido pedía tranquilidad para comenzar la digestión, y mi cerebro, que trataba de encontrar algunas neuronas disponibles para el cálculo. Pero los dos, cerebro y estómago, se paralizaron al verla.

Piel café con leche, cabellos rizos tratando de llegar lo más pronto posible a la cintura, ojos color miel y un lunar en la mejilla. Era Isabel. Y ahí comenzó esta historia.

A veces lo que resulta hoy para mal, mañana se puede convertir en felicidad. Otra consecuencia de mi forma de ser es el sitio que ocupo en el aula. Primera fila, primer puesto. Sin obstáculos entre la mesa de los profesores y la mía.

Nada de chivos, ni soplos en los exámenes, nada de hojear a escondidas revistas prohibidas, nada de espiar las curvas que se marcan en el pantalón de la profesora de ingles y, por supuesto nada de compañero de infortunio. Ni mi mejor amigo sería capaz de hacer un sacrificio por mí. El asiento a mi lado siempre estaba vacío. Ese era el resultado de no haber corrido como loco el primer día de clases, arrasando con todo lo que me quedaba por delante, para obtener el codiciado trofeo de los últimos lugares.

Pero también... ¡era el único vacío en toda el aula!

-Puedes sentarte allí. Es un buen sitio. –le aseguró el profesor, apuntando para mi mesa. A la chica no le pareció tan terrible. Invadió sin titubeos mi solitario espacio y en medio de una sonrisa me saludó:

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⏰ Última actualización: Dec 30, 2020 ⏰

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