Le pedí lamer mis heridas,
calmar la marea del dolor
que me provocó la tempestad
de tu partida, lavar mi
sangre transformada en brea
y no hizo más que aferrarse
a mis heridas e impedir
que sanaran;
le pedí cicatrizar mis heridas
y sólo conseguí hacer
más grande el dolor
que me dejó tu adiós...